Los textos que se editan en este blog desvelan el fundamento histórico de diversas leyendas y relatos que pueden encontrarse en las fuentes clásicas grecorromanas. Como autor que investiga estas relaciones entre la mitología y la historia, he sido colaborador de la revista HISTORIA-16 entre los años 2001 y 2007 y he publicado, hasta el momento, los siguientes libros:
"La Guerra de Troya: más allá de la leyenda". Ed. Oberón (Grupo Anaya), 2005.
"La Guerre de Troie: au-delà de la légende" (trad. al francés). Ed. Ithaque, 2008.
"Los Hijos de Breogan: historia y leyenda de los pueblos célticos". Ed. Cultivalibros, 2012.

miércoles, 2 de enero de 2013

LEYENDAS DEL MONTE PALATINO

Los relatos míticos sobre el origen del pueblo latino y la ciudad de Roma se refieren a dos pueblos procedentes del Egeo que se habían establecido en el Lacio: los troyanos que, según la leyenda, siguieron a Eneas desde el noroeste de Anatolia, y los arcadios que habían sido conducidos desde Grecia por otro héroe llamado Evandro. El poeta Virgilio relató estas dos migraciones en la famosa Eneida, indicando además que los troyanos y los arcadios se unieron en una coalición para luchar contra otras tribus itálicas. De acuerdo con la narración de Virgilio, los arcadios ya llevaban algún tiempo viviendo en el monte Palatino, una de las colinas que formarían la futura Roma, cuando los troyanos que habían sobrevivido a la legendaria Guerra de Troya desembarcaron en el Lacio. Ambos pueblos habrían jugado un importante papel en la génesis del pueblo romano, al haberse mezclado étnicamente con los antiguos latinos.

El mito de Eneas simboliza, con toda probabilidad, el asentamiento en Italia de los etruscos, cuyo origen en Anatolia occidental fue señalado por un gran número de autores clásicos y ha sido confirmado por los modernos estudios genéticos. Cabe señalar que Virgilio también mencionó a los etruscos como miembros de la coalición formada por troyanos y arcadios. No obstante, este artículo se va a centrar en la cuestión planteada por la leyenda de Evandro, héroe procedente de la región griega de Arcadia, y en su relación con la historia de Italia y Roma. (Sobre los demás temas, puede consultarse el estudio titulado "Tarcón y Eneas: El origen de los etruscos" en http://pueblos-del-mar.blogspot.com.es/2012/11/la-crisis-de-1200-c-4.html)

La más antigua referencia a Evandro que se conoce fue escrita por el griego Hesíodo alrededor de 700 a C, pero nos ha llegado a través de un pasaje de los comentarios a la Eneida (8, 130) que hizo el romano Servio. Hesíodo presentaba a Evandro como hijo de Équemo, rey de la ciudad arcadia de Tegea, y de Timandra. Posteriormente se le consideró hijo del dios Hermes y de una ninfa llamada Carmenta, Nicóstrata o Temis, la cual estaba dotada con el don de la profecía; de modo que también se menciona en la Eneida a la sibila Carmenta como madre de Evandro. Eratóstenes, otro erudito griego que dirigió la Biblioteca de Alejandría a finales del siglo III a C, atribuyó a Evandro la introducción del culto al dios Pan en el territorio de la futura Roma, siendo ésta la más antigua referencia que se conoce sobre la mítica migración de Evandro a la región del Lacio. El historiador romano Fabio Pictor también recogió esta tradición a finales del siglo III a C, basándose probablemente en el texto de Eratóstenes. Respecto a las razones de la migración de Evandro desde Arcadia hasta Italia, Servio relató que este héroe había tenido que abandonar su país por haber matado a su padre Équemo, mientras que Dionisio de Halicarnaso dijo que Evandro se exilió en Italia por haber pertenecido a una facción vencida en conflicto.

A Evandro se le atribuyó la introducción de la escritura y la música entre los latinos, así como el culto a Pan Liceo, a Carmenta y a otras divinidades helénicas. El nombre griego de Evandro significa “buen hombre” o “benefactor”. Según Virgilio, los arcadios que llegaron a Italia bajo la dirección de Evandro fundaron en el Lacio una pequeña ciudad, predecesora de Roma, a la que llamaron Pallanteum o Palantea, de modo que la colina donde se edificó esta ciudad fue posteriormente conocida como el monte Palatino. El término Palantea derivaba a su vez del nombre de Palas o Palante, un legendario antepasado de los arcadios que era hijo de Licaón y nieto de Pelasgo. Este último estaba considerado entre los griegos como el primer habitante de Arcadia, nacido de la propia tierra, y sin duda personificaba a la tribu prehelénica de los pelasgos, la cual debía de vivir en Grecia y otras regiones del Egeo desde la época neolítica. También el hijo de Evandro, mencionado con frecuencia en la Eneida, se llamaba Palas o Palante, aunque otros autores consideraron a este último personaje como nieto de Evandro por haber nacido de la unión del famoso Hércules con una de sus hijas. Ahora bien, entre los romanos se veneró a una diosa Palas o Pales que protegía a los pastores y sus ganados, y otra tradición indica que la madre del rey Latino, legendario progenitor de los latinos, se llamaba Palanto. De hecho, la raíz lingüística de todos estos nombres, pal- o pel-, significa “protección” y puede encontrarse en muchas otras lenguas además del griego, por lo que su origen debe de ser muy antiguo.

Si bien Hesíodo había relacionado a Evandro con la ciudad arcadia de Tegea, otros autores más recientes lo consideraron originario de Palantion o Pallantion, ciudad situada entre Arcadia y Laconia que también fue conocida como Pellana y cuyo fundador habría sido el hijo de Licaón llamado Palas. La semejanza entre los nombres de la Palantion arcadia y la Palantea romana resulta evidente, y se sabe además que la primera de estas dos ciudades ya existía en la Edad de Bronce, gracias al hallazgo de unos importantes restos arqueológicos que incluyen un palacio de la época micénica. Volviendo al nombre de Palas, éste no sólo fue aplicado al legendario hijo de Licaón y al hijo de Evandro, sino que también hubo un titán o gigante llamado Palas, que para algunos autores griegos fue el padre de la diosa Atenea, en lugar de Zeus. Como Atenea mató al gigante Palas, cuando éste trataba de violarla, la diosa también era conocida como Palas Atenea y se la representaba con una piel de cabra o “égida” que la protegía y que había sido la propia piel del gigante, mezcla de hombre y macho cabrío. En otra versión de este relato, Atenea agregó a su nombre el de una muchacha llamada Palas, hija del dios Tritón, que había sido compañera de juegos en su juventud y a quien la diosa había matado accidentalmente. El último personaje llamado Palas o Palante que podemos encontrar fue un héroe ateniense, hijo del rey Pandión y padre de los llamados Palántidas.

Si nos fijamos ahora en los topónimos griegos, encontramos en otras zonas de Grecia nombres muy parecidos al de la ciudad arcadia de Palantion. En Acaya, región vecina de Arcadia que se sitúa al norte del Peloponeso, hubo otra ciudad llamada Pelene, la cual fue citada por Homero en la Ilíada como parte del territorio sobre el que reinaba Agamenón. Esta Pelene de Acaya había sido fundada, según la tradición, por el gigante o titán Palas. Los demás lugares denominados Palene o Pelene pertenecían a las regiones de Ática, Eubea y Calcídica. Todos estos topónimos pueden ser de origen pelasgo, ya que se localizan en regiones que, al igual que Arcadia y Acaya, habían estado habitadas por los pelasgos antes de que las ocupasen otras tribus helénicas como los jonios y los aqueos. Arcadia es una región montañosa situada en el centro del Peloponeso y por ello debieron de pervivir en esta zona unas tradiciones culturales de origen muy antiguo que se remontaban a tiempos prehelénicos. También la cultura de los griegos micénicos tuvo uno de sus lugares de  refugio en Arcadia, después de que se produjera la invasión del Peloponeso por los dorios en la segunda mitad del siglo XII a C, así como en la vecina región de Acaya.

De acuerdo con la leyenda transmitida por Virgilio, el héroe arcadio Evandro llegó al Lacio con un grupo de seguidores antes de que tuviese lugar la mítica Guerra de Troya, lo cual situaría el acontecimiento en el siglo XIII a C. Evandro enseñó a los latinos el uso de la escritura y se estableció con su gente en la colina del Palatino. Al pie de este pequeño monte, en la cueva denominada Luperca o Lupercal, los arcadios instituyeron el culto a Pan Liceo, un dios de los pastores y los rebaños (como la diosa romana Palas) al que se representaba como mitad hombre y mitad macho cabrío (al igual que ocurría con el gigante Palas de la mitología griega, que tenía piel de cabra). El dios arcadio Pan Liceo, o Pan “de los lobos”, pasó a ser conocido por los romanos como Fauno Luperco, y el significado del término latino Luperco también es “lobuno”. Por otra parte, los arcadios creían descender de los patriarcas míticos Pelasgo y Licaón, cuyo nombre está igualmente relacionado con el término griego lykos que significa “lobo”. Y como es sabido, los legendarios Rómulo y Remo (fundadores de Roma según otra tradición latina) fueron amamantados por una loba en esa misma cueva donde se veneraba a Fauno Luperco, equivalente al dios arcadio Pan Liceo. Evandro también introdujo entre los latinos el culto a Carmenta, una diosa de la adivinación que podría estar relacionada con las Keres de la mitología griega, las cuales representaban los destinos de cada hombre, y con el nombre de la ninfa cretense Carme. Otras divinidades que, según estas tradiciones, habrían sido llevadas al Lacio por Evandro fueron Poseidón Hippios (o Neptuno Ecuestre), Niké (o la Victoria) y Ceres (diosa de la agricultura semejante a la Deméter griega).

Ahora bien, en este relato hay varios elementos que resultan anacrónicos. En primer lugar, los latinos aprendieron a escribir en el siglo VII a C y no en el siglo XIII a C, una época en la que aún no se habían establecido en el Lacio. Los arqueólogos han comprobado, de hecho, que la cultura material de los latinos o “cultura lacial” se inició hacia el año 1000 a C, ya que los propios latinos eran un pueblo inmigrante que se había desplazado hasta el centro de Italia desde el norte, al igual que hicieron otros pueblos itálicos de lenguas indoeuropeas. Con respecto a la ciudad de Roma, se ha comprobado que realmente empezó a desarrollarse en la zona del monte Palatino y del valle del Foro, pero esto ocurrió a mediados del siglo VIII a C, una fecha que coincide con la tradicional fecha de la fundación de Roma por Rómulo (753 a C). Anteriormente esta zona había estado habitada de forma más dispersa, y no se han encontrado hasta el momento vestigios arqueológicos de un asentamiento anterior que tuviera la suficiente relevancia, y aún menos de una colonia establecida por un grupo llegado desde Grecia. Lo que sí resulta verdadero es que durante el siglo XIII a C las costas de Italia fueron visitadas por navegantes procedentes del Peloponeso que comerciaban con la población local, y con toda probabilidad estos visitantes llegaron a establecerse en algunos enclaves del golfo de Tarento, situado en el extremo meridional de Italia. Los hallazgos de cerámica micénica así lo indican, y el análisis de estos restos revela que una parte de la cerámica había sido traída desde el Peloponeso y desde la isla de Creta y que otra parte había sido fabricada en la propia Italia. El yacimiento arqueológico de mayor interés es Broglio di Trebisacce, el cual se encuentra al nordeste de Calabria, muy cerca del lugar donde posteriormente se fundó la colonia griega de Sibaris. También se ha encontrado cerámica micénica en un yacimiento del Lacio, llamado Casale Nuovo, que se puede datar entre los siglos XIII y XII a C, así como en otros yacimientos localizados al norte del Tíber, en la región que fue posteriormente ocupada por los etruscos; pero estos hallazgos sólo parecen reflejar la actividad comercial de los navegantes helénicos y no la existencia de unos asentamientos permanentes.

Así y todo no resulta imposible, desde el punto vista histórico, que un noble arcadio del siglo XIII a C hubiese emigrado a la región italiana de Broglio di Trebisacce y del golfo de Tarento, que fue la más frecuentada por los griegos del Peloponeso durante esa época, en lugar de trasladarse hasta el Lacio. Se ha comprobado que los arcadios también fueron navegantes, pese a vivir en una región del interior, y que en el siglo XII a C fundaron una colonia en la isla de Chipre llamada Palaepafos. De acuerdo con la tradición griega, el rey Agamenón de Micenas había proporcionado una flotilla a los arcadios para que interviniesen en la legendaria Guerra de Troya y, después de que la ciudad asiática fuera destruida, estos expedicionarios arcadios navegaron hasta la costa occidental de Chipre para fundar Palaepafos, bajo el mando del rey Agapenor de Tegea. Las excavaciones arqueológicas han demostrado que Troya fue realmente incendiada alrededor de 1200 a C y que la isla de Chipre fue invadida por los griegos micénicos poco después de esa fecha. También se ha comprobado, gracias a una pequeña inscripción del siglo XI a C hallada en Palaepafos, que en esta ciudad de Chipre se hablaba una lengua semejante al dialecto arcadio de finales de la Edad de Bronce (el cual utilizaba la terminación -u para formar el genitivo, como ocurre en la citada inscripción chipriota). Además de esto, se han encontrado en Palaepafos ricas tumbas de principios de la Edad de Hierro que revelan la bonanza económica de sus habitantes, debida seguramente al comercio marítimo, y este dato puede relacionarse con otros hallazgos del sur de Italia, como ciertos tipos de fíbulas y de espadas de hierro, datadas alrededor de 900 a C, cuyo origen se suele situar en Chipre. Así pues los grecochipriotas debieron de sustituir a los griegos micénicos en las relaciones comerciales con el sur de Italia durante los siglos X y IX a C, y el puerto más occidental de Chipre se encontraba justamente en la colonia arcadia de Palaepafos.

Puesto que la presencia helénica fue más frecuente en el sur de Italia que en el Lacio, durante el periodo anterior a la fundación de Roma, hay que situar en una fecha más reciente la difusión de esos elementos culturales de origen griego y arcadio entre los latinos (el culto a Pan como Fauno, a la diosa Palas y el nombre del monte Palatino). Fue a partir del siglo VIII a C cuando los griegos establecieron un gran número de colonias en el sur de Italia y cuando estos mismos colonos y comerciantes helénicos empezaron a mantener relaciones comerciales con los romanos en las orillas del Tíber. El lugar donde solían producirse estos intercambios era el llamado Foro Boario, que había sido un mercado del ganado desde tiempos muy antiguos. Por la cantidad de cerámica griega encontrada en este lugar, se cree que allí llegó a residir una comunidad de comerciantes griegos desde el siglo V a C, los cuales introdujeron en la zona el culto a Hércules. La tradicional relación del Foro Boario con la ganadería y el pastoreo explicaría que los griegos también difundieran en Roma el culto a Pan y a Palas, ya que ambas divinidades protegían los rebaños. Es posible que los latinos hubiesen adorado a una deidad relacionada con los lobos en la cueva Luperca, situada al pie del Palatino, y que unos griegos procedentes del Peloponeso asimilasen este culto al de Pan Liceo, cuyo nombre pasó a la cultura latina como Fauno Luperco. Se relacionó asimismo al dios Pan o Fauno con Silvano, dios latino de los bosques.

Ahora bien, los colonos griegos que se establecieron en el sur de Italia entre los siglos VIII y VI a C procedían principalmente de las regiones de Acaya, Eubea y Lócride; pero sólo el primero de estos territorios se encontraba en el Peloponeso y colindaba, como ya sabemos, con la región de Arcadia. También sabemos que en la costa de Acaya hubo una ciudad llamada Pelene, mencionada en la Ilíada poco antes de 700 a C, y se da la circunstancia de que los colonizadores aqueos fundaron por esas mismas fechas la ciudad de Sibaris, muy próxima al antiguo enclave micénico de Broglio di Trebisacce que se situaba en el nordeste de Calabria. Otras colonias aqueas en el sur de Italia fueron Metaponto, Crotona, Caulonia, Terina y Temesa, la mayoría de las cuales se localizaban en Calabria. Hay que tener en cuenta que desde  las costas de Acaya se podía llegar rápidamente al mar Jónico y cruzando este mar se alcanzaba el extremo meridional de Italia. Sin duda los habitantes de Acaya ya habían practicado esta ruta marítima en la época micénica, así que cuando fundaron la colonia de Sibaris, unos 600 años después, los aqueos estarían retornando a un lugar que ya había sido conocido por sus antepasados. Podemos suponer, además, que entre los comerciantes griegos que visitaron la nueva ciudad de Roma y que acabaron estableciéndose en el Foro Boario, había un cierto número de aqueos llegados desde las citadas colonias del suroeste de Italia.

El interés de Calabria, como área de transmisión de los elementos culturales que conforman el mito de Evandro, resulta aún mayor cuando se comprueba que el topónimo Palantion o Pelene también se documenta en esta zona. Licofrón de Calcis hizo una referencia a los pobladores itálicos de la costa oriental de Calabria, en el verso 922 de su poema Alexandra, a quienes denominó “ausones pelenios”, es decir, ausones de Pelene. El término ausones o ausonios fue habitualmente utilizado por los griegos para referirse a una tribu indoeuropea del suroeste de Italia, la cual debía de estar muy emparentada con los ítalos y los sículos. Además del testimonio de Licofrón, autor del siglo III a C, Dionisio de Halicarnaso hizo otra interesante referencia (en “Antigüedades Romanas” XIX, 2, 1) a una Palantion de Italia que se sitúa claramente en Calabria y no en el Lacio, ya que este autor cuenta cómo el fundador de la colonia eubea de Regio, localizada en el extremo meridional de Calabria, había navegado “alrededor de Palantion en Italia” para poder llegar hasta allí. Un último dato de interés, en relación con esta cuestión, lo proporciona el nombre que los romanos daban a la colonia griega de Hipponion, fundada por los locrios en la costa occidental de Calabria. Su denominación latina era Valentia, que pervive en la actualidad como Vibo Valentia, y esta ciudad se encuentra muy cerca del yacimiento arqueológico de Torre Galli, el cual ha revelado que en esa misma zona ya hubo un importante puerto comercial alrededor de 900 a C. En Torre Galli se han encontrado objetos procedentes de Asia y Egipto que debieron de ser transportados por comerciantes grecochipriotas o fenicios. El nombre de Valentia bien podría ser una corrupción latina del griego Palantea, ya que el romano Festo también denominó Valentia a la legendaria ciudad del monte Palatino, basándose en otro relato que fue escrito por un historiador griego de Italia de nombre desconocido. En esta versión alternativa de la leyenda de Palantea, la ciudad predecesora de Roma, sus fundadores helénicos no son arcadios, sino que proceden de Atenas, Tespies y Sición, y conviene señalar que el último de estos enclaves se situaba en la costa septentrional del Peloponeso, cerca del puerto aqueo de Pelene.

Así pues, la región de Calabria, o al menos una parte de ella, fue llamada Palantion por los griegos. Los navegantes que introdujeron esta denominación en el extremo meridional de Italia podrían ser aqueos, arcadios o arcadio-chipriotas, ya que en Arcadia y Acaya hubo ciudades con nombres semejantes. Desde finales del siglo VIII a C, los colonos helénicos del sur de Italia mantuvieron unas importantes relaciones comerciales y culturales con los romanos, de modo que las ideas y creencias difundidas por los griegos en el sur de Italia fueron después transmitidas al pueblo latino. Por ello se aplicó también el nombre griego de Palantion o Palatino a uno de los montículos romanos, y allí se introdujeron los cultos al héroe arcadio Evandro, al dios Pan Liceo y a la diosa Palas, muy relacionada con Atenea. Es posible, por tanto, que el primer relato sobre la emigración de Evandro a Italia situase su nuevo hogar en la Palantion calabresa y no en el territorio de la futura Roma, y que esa narración originaria se hubiese alterado en algún momento anterior al siglo II a C debido a la preponderancia que alcanzaron los romanos entre los pueblos de Italia. De hecho hubo un autor del siglo V a C, Ferécides de Atenas, que estableció un parentesco étnico de los enotrios y peucetios, dos pueblos del sur de Italia, con los arcadios, al afirmar que sus héroes epónimos (Enotro y Peucetio) eran hijos de Licaón, el mítico patriarca de Arcadia de quien también descendía Evandro. En realidad, los enotrios y los peucetios debían de ser unas tribus indoeuropeas más emparentadas con los ilirios, que vivían al noroeste de los Balcanes, que con los griegos, pero el hecho de que Ferécides los considerase descendientes de Licaón refuerza la idea de que los pueblos del Peloponeso podrían haber llegado a mezclarse étnicamente con ellos. También los enotrios, como los arcadios, fueron trasladados desde el sur de Italia hasta el Lacio por Dionisio de Halicarnaso, un autor griego más tardío. Éste llegó a identificar a los primeros latinos, a los que él llamaba “aborígenes” u originarios, con un pueblo griego procedente de Acaya o de Arcadia (véase Ant. Rom. I, 11 y I, 13). En cualquier caso, el nombre de los enotrios procede de una de las denominaciones griegas del sur de Italia, Enotria, que significa “tierra de viñedos”, el cual pudo haber sido igualmente aplicado a una parte de sus habitantes, aunque éstos no fuesen realmente griegos. Según Antíoco de Siracusa, los ítalos también habían sido llamados “enotrios”, de modo que este término resulta bastante ambiguo y no puede considerarse propiamente un etnónimo.

En conclusión, la leyenda de Evandro el “benefactor” simboliza la labor civilizadora de los colonos griegos que se establecieron en la península itálica, y ésta no es la única tradición mítica que posee tal fundamento. Las leyendas griegas también relatan las aventuras de otros héroes griegos en aquellas tierras, y algunos de ellos (como Diomedes, Idomeneo y Filoctetes) fueron considerados los fundadores de diversas ciudades localizadas en el sur de Italia. En otras narraciones se llega a presentar a Latino, el antepasado de los romanos, como hijo de Hércules y Palanto, o de Ulises y Circe. Todas son variantes de una misma historia que es real y verdadera: la gran influencia cultural que, desde los inicios de su historia, los romanos recibieron de la civilización griega.


BIBLIOGRAFÍA

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