Los textos que se editan en este blog desvelan el fundamento histórico de diversas leyendas y relatos que pueden encontrarse en las fuentes clásicas grecorromanas. Como autor que investiga estas relaciones entre la mitología y la historia, he sido colaborador de la revista HISTORIA-16 entre los años 2001 y 2007 y he publicado, hasta el momento, los siguientes libros:
"La Guerra de Troya: más allá de la leyenda". Ed. Oberón (Grupo Anaya), 2005.
"La Guerre de Troie: au-delà de la légende" (trad. al francés). Ed. Ithaque, 2008.
"Los Hijos de Breogan: historia y leyenda de los pueblos célticos". Ed. Cultivalibros, 2012.

lunes, 4 de noviembre de 2013

LOS VIAJES DE ULISES

El rey Ulises de Ítaca, conocido también como Odiseo, protagonizó un legendario viaje lleno de desventuras cuando trataba de regresar a su hogar después de la Guerra de Troya, las cuales fueron narradas por Homero en la Odisea, el famoso poema cuyo título deriva del propio nombre del héroe.

Ítaca era una de las islas Jónicas, localizadas al oeste de Grecia. En todas estas islas se han encontrado bastantes restos de cerámica y otros objetos que pertenecen a la época micénica, es decir, al último periodo de la Edad de Bronce. También se sabe por la investigación arqueológica que la isla de Cefalenia, muy próxima a Ítaca, incrementó notablemente su población a finales del siglo XIII a C, cuando se produjo un conflicto bélico en el sur de Grecia que provocó la emigración de una parte de sus habitantes hacia otros territorios helénicos. Así pues, no resulta extraño que uno de los principales héroes aqueos de la Guerra de Troya, datada alrededor de 1200 a C, procediese de esa zona del mar Jónico.

Otros descubrimientos apuntan a que las islas Jónicas y la vecina costa del Epiro formaban parte de una ruta marítima comercial que conectaba Grecia con el sur de Italia, y que podría haber enriquecido a los habitantes de Ítaca en aquella época. Se ha encontrado cerámica micénica de principios del siglo XII a C, procedente del Peloponeso y de Cefalenia, en los yacimientos de Punta Melisa y Roca Vecchia, situados en el sureste de Italia. En Surbo, otra localidad de la región italiana de Apulia, se encontró una espada del mismo tipo que se utilizaba entonces en Epiro y en las islas Jónicas.

J. V. Luce indica, en el capítulo 7 de su libro “Homero y la Edad Heroica”, que la zona de Ítaca donde se han hallado más objetos de la época micénica se sitúa al norte de la isla. También relata Luce que entre 1930 y 1932 se realizaron unas excavaciones en la bahía de Polis (situada al noroeste de Ítaca), en una cueva-santuario rupestre donde el héroe Ulises recibió culto durante la época clásica. En esta cueva encontraron una espada y una lanza de bronce, así como los restos de 13 calderos con trípodes de bronce, datados alrededor de 800 a C, cuya existencia tuvo que haber sido conocida por Homero, ya que el poeta los menciona en el canto XIII de la Odisea. Homero debió de creer que la antigüedad de estos objetos de bronce, depositados en la cueva de Ítaca, era mucho mayor, ya que se refirió a ellos como un regalo ofrecido a Ulises por los 13 reyes de los feacios, habitantes de la isla de Esqueria o Corfú. Más recientemente, el arqueólogo T. Papadopoulos ha descubierto, en un enclave montañoso llamado Exoghi (próximo a la citada bahía), los restos de un edificio de la época micénica que bien podría haber sido la residencia de un gobernante.

Las navegaciones de Ulises, narradas en la Odisea, discurren en su mayor parte por las costas de Italia, Sicilia y las islas próximas. Estas regiones del Mediterráneo central habían sido frecuentadas por los aqueos o micénicos, quienes llegaron a establecer factorías comerciales de carácter permanente en el golfo de Tarento y en la costa oriental de Sicilia. También es sabido que los griegos fundaron las primeras colonias en Italia y Sicilia durante el siglo VIII a C, antes de que Homero escribiese la Odisea. No obstante, hay otra parte más fabulosa del relato en la cual Ulises viaja hasta el Océano para visitar los dominios de Hades o la tierra de los muertos, después de haber pasado un tiempo en la isla de Circe. Una vez que llega allí, Ulises habla con las almas de los difuntos, especialmente con la del adivino Tiresias porque necesitaba su consejo.

Si dividimos las navegaciones de Ulises en dos etapas, una anterior a su fantástica visita a la morada de los muertos, y otra etapa posterior, se puede comprobar que su viaje se desarrolló de una forma coherente, desde el punto de vista geográfico, y que todos los lugares en los que se detuvo son perfectamente identificables. Desde su partida de la ciudad asiática de Troya, que estaba situada al nordeste del mar Egeo, junto al estrecho de los Dardanelos, las escalas de la primera etapa del viaje son las siguientes:

1) La ciudad de Ismaro, habitada por la tribu de los cicones, que se encontraba en la costa de Tracia, al norte del Egeo.

2) La isla de Citera, situada en Grecia, al sur del Peloponeso.

3) El país de los lotófagos, pertenecientes a la tribu libia de los gindanes, que se encontraba en la costa norteafricana de Túnez, al este del golfo de Gabes.

4) La isla de los cíclopes, que se identifica con la isla de Vulcano, situada al norte de Sicilia.

5) La isla de Eolo, el guardián de los vientos, que es la isla Lípari, vecina de la isla de Vulcano. Esta isla de Lípari fue visitada por los navegantes micénicos desde el siglo XVI a C.

6) El país de los lestrigones que se hallaba en Formia, en la costa italiana que se extiende entre las regiones de Campania y el Lacio.

7) La isla de Circe, que es el promontorio o monte Circeo, en el litoral del Lacio.

Tras navegar hasta el lejano occidente para visitar los sombríos dominios de Hades, Ulises regresó a la isla o promontorio de Circe, y se dirigió entonces hacia el sur por la costa del mar Tirreno, para poder llegar finalmente a su hogar en Ítaca. Éstos son los lugares que recorrió en la segunda etapa del periplo:

1) Las islas de las Sirenas, que son las pequeñas islas Sirenusas, próximas al golfo de Nápoles y a la ciudad de Sorrento (llamada Syrrenton por los griegos, un nombre que también se asemeja al de las míticas Sirenas). Las tres islas Sirenusas son actualmente conocidas como Li Galli, y la mayor de ellas es Gallo Longo, que no mide más de 500 metros.

2) El estrecho donde acechaban los monstruos Escila y Caribdis es el estrecho de Mesina, que separa Italia de Sicilia. Estos dos seres monstruosos deben de estar relacionados con las peligrosas rocas y corrientes que encontraban los navegantes en el citado estrecho, las cuales podían hacerles naufragar. También se ha dicho que los seis largos cuellos de Escila podrían representar unos regueros de candente lava producidos por el volcán Etna, el cual se sitúa cerca del estrecho, y que Caribdis era un peligroso remolino que se formaba en el mar.

3) La isla de Helios es Sicilia, también llamada Trinacria por su forma triangular.

4) La isla Ogigia, donde vivía la ninfa Calipso, es la isla de Gozo, muy próxima a Malta (de acuerdo con el testimonio de Calímaco, un autor griego citado por el geógrafo Estrabón). Los nombres de Malta y Gozo derivan de Melite y Gaudos, antiguas denominaciones usadas por los griegos.

5) La isla de Esqueria o Skheria, habitada por los feacios, era la isla de Córcira (la actual Corfú), tal como indica Estrabón en su Geografía. Desde esta isla, que se sitúa al noroeste de Grecia, Ulises pudo regresar finalmente a Ítaca.

En conclusión, el famoso viaje de Ulises discurre del siguiente modo: Desde el mar Egeo las tormentas lo arrastran hasta la costa septentrional de África. Se dirige después a las islas que se encuentran al norte de Sicilia; continúa su viaje por el mar Tirreno hasta el promontorio Circeo, situado al sur del Lacio, y después de visitar la tierra de los muertos en el lejano occidente, vuelve al promontorio Circeo y pone proa hacia el sur llegando a la costa de Sicilia y a la isla de Gozo, junto a Malta. Allí es retenido durante años por la ninfa Calipso, pero finalmente consigue partir de nuevo y navega en línea recta hasta el mar Jónico; llega entonces a la isla de Corfú y, ayudado por los feacios, se desplaza hasta su patria en Ítaca.

No se puede dar término a este artículo sin incluir un análisis relativo a tres legendarios pueblos mencionados en la Odisea: los cíclopes, los lestrigones y los cimerios.

LOS CÍCLOPES

La mitología griega relacionaba a los cíclopes con Hefesto, dios del fuego, la metalurgia y la industria. Ya hemos visto que la identificación más plausible de la tierra de los cíclopes es la isla de Vulcano, nombre romano del dios Hefesto. Se ha supuesto que estos gigantes de un solo ojo representan en realidad a los antiguos metalúrgicos, que se taparían el otro ojo con un parche para poder protegerlo de las chispas que saltaban del yunque.

De acuerdo con la tradición helénica, las murallas “ciclópeas” de las ciudades griegas de Micenas y Tirinto fueron construidas por cíclopes procedentes de Tracia, Licia y Creta. Lo más probable es que esta leyenda se basase en el hecho de que los micénicos habían utilizado trabajadores extranjeros para la construcción de estas murallas. Tiene un especial interés la referencia a los tracios, ya que los antiguos pobladores de los Balcanes (tracios, macedonios e ilirios) habían destacado como metalúrgicos a finales de la Edad de Bronce. Ellos desarrollaron nuevos tipos de armas, más perfeccionadas, como la espada de empuñadura con rebordes, del tipo que los arqueólogos denominan Naue II. La fabricación de esta espada de bronce fue difundida desde el Danubio y los Balcanes hasta Grecia y Anatolia por un pueblo conocido como los brigios, los cuales fueron los antecesores balcánicos de los frigios, establecidos en Asia Menor.

No obstante, la tradición griega también sitúa brigios en Iliria, junto al mar Adriático, donde hubo una ciudad llamada Brygias y unas islas Brygeides. Puesto que la espada Naue II y otros objetos de bronce de origen balcánico fueron igualmente introducidos en Italia durante el siglo XIII a C, todo apunta a que los míticos cíclopes de la isla de Vulcano fuesen un pueblo procedente de Iliria. Hubo ciertamente tribus ilirias que cruzaron el canal de Otranto y se asentaron en el sur de Italia, entre los que destacan los mesapios, de quienes descienden los calabrios de la época clásica. Los hallazgos de algunas espadas Naue II de los siglos XII y XIII a C en Calabria, región situada en el suroeste de Italia, y en las cercanas islas Eolias (entre las que se encuentran la isla de Vulcano y la isla de Lípari) permiten suponer que un grupo de ilirios llegó también hasta esas pequeñas islas.

Hay otros relatos de la tradición mítica que apoyan esta idea. Se decía que el cíclope Polifemo, con el que se enfrentó Ulises, se unió a la ninfa Galatea y tuvo con ella un hijo llamado Ilirio. En otra narración, escrita por Eugamón de Cirene, se cuenta que Ulises dirigió en cierta ocasión un ejército helénico contra los brigios de Iliria, que bien podrían ser esos mismos cíclopes de los Balcanes occidentales.

Así pues, los cíclopes de la Odisea debían de ser un pueblo de origen ilirio, identificable con los brigios llamados mesapios, quienes habían desarrollado una avanzada metalurgia del bronce durante la época micénica.

LOS LESTRIGONES

Como ya sabemos, la tierra de los lestrigones se situaba en la costa italiana del Tirreno, entre el Lacio y Campania. El romano Plinio dijo que la ciudad de Formia o Formiae, que los griegos habían llamado Hormiai, fue la antigua sede de los lestrigones, a los que Homero describió como unos gigantes antropófagos.

Ahora bien, Homero también describe la ciudad de los lestrigones como un fabuloso lugar en donde “la noche y el día están muy próximos”, de modo que “un hombre que no durmiese podría ganar dos jornales”. El nombre que da a esta ciudad es Telepilo, que se traduce como “puerta distante”, o bien “puerta a la lejanía”. En el citado pasaje, Homero parece referirse más bien a la Europa septentrional, ya que en países como Dinamarca las noches son tan cortas durante el verano que apenas duran seis horas.

Las sorprendentes descripciones de Homero han de ser una alusión a la ruta del ámbar, que fue muy importante durante la Edad de Bronce. Los antiguos pobladores del norte de Europa, quizás los verdaderos lestrigones, ofrecían el preciado ámbar a cambio de los metales, cobre y estaño, que ellos no poseían. Una cadena de intercambios comerciales a través de Europa llevaba el ámbar hasta el golfo Adriático, donde pasaba a otras redes de distribución a través de Italia. Es posible entonces que los colonos griegos que se establecieron en Cumas, un enclave de Campania, navegasen hasta la costa de Formia, que está un poco más al norte, para obtener ámbar de sus habitantes. De este modo, la leyenda sobre los salvajes hombres nórdicos y sus largos días de verano se habría difundido por las mismas vías por las que se distribuía el ámbar.

Por otra parte, los que poblaron la costa de Formia a finales de la Edad de Bronce pertenecían a una tribu itálica, los llamados ausonios o auruncos. Al igual que otros pueblos itálicos de origen indoeuropeo, los ausonios debían de tener su origen étnico en otras regiones situadas al norte de Italia, que es justamente la zona adonde llegaba el ámbar desde Europa septentrional. Resulta interesante que uno de los nombres que daban los griegos al ámbar era liguros, relacionado claramente con los ligures del norte de Italia. En la tradición clásica se consideraba, además, que los legendarios progenitores de los ausonios y los latinos, llamados respectivamente Ausón y Latino, eran hermanos, y que su madre era una princesa “hiperbórea”, es decir, una mujer de origen nórdico. El poeta Licofrón de Calcis llegó a denominar a los latinos boreigonoi, término griego que también significa “procedentes del norte”.

En conclusión, el nombre de lestrigones debía de ser aplicado originalmente a los habitantes de los países nórdicos, quienes ofrecían su ámbar a los mercaderes centroeuropeos que los visitaban en los meses de verano. A esos lestrigones del norte los griegos sólo los conocerían de oídas. Por otra parte, los pueblos de Europa central y septentrional estaban emparentados étnicamente con las tribus indoeuropeas que se expandieron por Italia a finales de la Edad de Bronce, y que también comerciaban con el ámbar. Por ello los ausonios establecidos en Formia llegaron a ser confundidos por Homero con los lestrigones nórdicos.

LOS CIMERIOS

En la Odisea se sitúa a los cimerios en las proximidades de la tierra de los muertos y en los confines del Océano, en un país cubierto de espesas nieblas al que apenas llegaba la luz del sol. Esta alusión a los cimerios resulta inexplicable para la mayoría de los estudiosos, ya que las fuentes griegas localizan normalmente el territorio de los cimerios (o kimmerioi) en la costa septentrional del mar Negro, y no en occidente.

Antes de responder a esta intrigante cuestión, hay que señalar que el lugar donde los griegos situaban los dominios de Hades fue variando a lo largo del tiempo. En principio, los griegos creían que la tierra de los muertos era un paraje subterráneo y sombrío cuya entrada se encontraba al oeste, por donde se pone el sol. En tiempos muy antiguos, cuando todavía no habían viajado hacia occidente, los griegos debían de situar esa entrada al otro mundo en el noroeste de Grecia, en la región del Epiro de la que ya se ha hablado. Por ello uno de los ríos del Epiro se denominaba Aqueronte, como el que supuestamente existía en las infernales tierras del dios Hades. En el segundo milenio a C, los pueblos del Egeo ya visitaban con cierta frecuencia las costas del Mediterráneo central, y la entrada a la tierra de los muertos pudo haberse trasladado a la zona del lago Averno, llamado por los griegos Aorno, en el oeste de Italia. Fue allí donde el troyano Eneas accedió al otro mundo, de acuerdo con lo narrado por el poeta Virgilio en la Eneida.

Puesto que el lago Averno no se encuentra demasiado lejos del promontorio Circeo, lo lógico hubiera sido que Ulises también entrase en las mansiones de Hades desde esa zona, pero lo cierto es que Homero ya sabía, en la época en que escribió la Odisea, que al oeste de los países mediterráneos se extendía el Océano, por el cual ya navegaban los audaces fenicios, y prefirió localizar el mundo de los muertos en sus lejanas costas. Quizás en una versión anterior del relato sobre los viajes de Ulises, este héroe visitaba a los espíritus de los difuntos en la región del lago Averno, pero no lo podemos saber con seguridad.

No obstante, hubo algunos autores latinos de los siglos I y II d C (como Plinio el Viejo, Silio Itálico y Pompeyo Festo) que llegaron a suponer que la antigua sede de los cimerios occidentales, mencionados por Homero, había estado realmente situada en las proximidades del lago Averno y de la ciudad de Cumas.

Ahora bien, la investigación arqueológica ha permitido comprobar que los cimerios, jinetes nómadas de las estepas de Ucrania, extendieron su territorio por el valle del Danubio a principios de la Edad de Hierro, llegando hasta la actual frontera entre Hungría y Austria, y por ello influyeron de forma muy notable en la cultura céltica de Hallstatt. De hecho, los hallazgos de objetos de bronce relacionados con los cimerios es casi tan abundante en Hungría como en sus territorios originarios del mar Negro, e incluso hay algunos hallazgos que proceden de una región situada aún más al oeste, en la zona donde nacen el Rhin y el Danubio. Por otra parte, la forma de enterramiento en túmulo que desde tiempos muy antiguos practicaban los cimerios y los escitas en las estepas orientales, conocida con el término ruso kurgan, había sido difundida por Europa mucho antes, y por ello había sido llevada hasta las islas Británicas por sus primeros pobladores indoeuropeos alrededor de 2000 a C.

En relación con esto, la tradición oral que se conservó en Gales hasta la Edad Media indicaba que los primeros pobladores de Gran Bretaña fueron los llamados cymry o cimrios, nombre casi idéntico al de los cimerios cuya etimología indoeuropea debe de ser “unidos” o “agrupados” (o bien “camaradas”, como lo han traducido otros). De acuerdo con esta misma tradición, los cimrios llegaron a Gran Bretaña antes que los celtas britanos, y tenían su origen en una mítica “Tierra del Verano” que se situaba en el este. Curiosamente, en las leyendas irlandesas también se hablaba de antiguos pueblos invasores, como los Hijos de Nemed y los Fir Bolg, los cuales descendían de los escitas, vecinos y parientes étnicos de los cimerios; y así como el nombre de los cimrios galeses es similar al de los cimerios, el de los escotos que poblaron Irlanda y Escocia es semejante al de los escitas o skythes.

Resulta difícil saber cómo el poeta Homero, que escribió en una época en que los griegos todavía no habían explorado el litoral atlántico de Europa, pudo haber conocido la existencia de unos cimrios o cimerios asentados en esas costas desde la Edad de Bronce. Quizás los griegos del siglo VIII a C habían recibido esta información de los propios cimerios del mar Negro, con quienes sin duda mantuvieron contactos, si es que este pueblo de costumbres nómadas había registrado, en su propia tradición oral, esas antiguas migraciones hacia el lejano occidente.

También se debe tener en cuenta que, debido a la conexión establecida en las fronteras de Austria entre los jinetes cimerios y los primeros celtas de la cultura de Hallstatt, los griegos llegaron a confundir a los celtas de la Galia con los cimerios. Por ello un autor como Diodoro Sículo escribió en el siglo I a C el siguiente texto: “Algunos sostienen que los llamados cimerios, que antiguamente hacían incursiones en Asia, eran galos”. No resulta imposible, por tanto, que la primera vez que los navegantes griegos vieran a los celtas en la costa mediterránea de la Galia, tal vez en la misma época de Homero, se les pareciesen un poco a los cimerios, ya que los primeros celtas debieron de aprender a montar y combatir a caballo después de haber mantenido contactos con los cimerios, y también se sabe que imitaron otras costumbres de origen cimerio.

Se puede decir, en definitiva, que la idea de unos cimerios asentados en Europa occidental tiene una base histórica y que, de un modo u otro, Homero tuvo un conocimiento erudito de este hecho y lo reflejó en su obra.

Hay que referirse, por último, a una teoría que fue defendida por algunos autores griegos de época tardía, encabezados por Crates de Malos, quien fue director de la Biblioteca de Pérgamo en el siglo II a C. Según esta teoría, denominada exokeanismos, Ulises no solamente habría viajado hasta el Océano para visitar la tierra de los muertos, sino que la mayor parte de su viaje se habría producido por las costas del Océano Atlántico. De este modo, las islas de Esqueria y Ogigia también estarían situadas más allá del Mediterráneo. En realidad esta teoría es insostenible ya que, de acuerdo con el relato de Homero, a Ulises ya no le resultó difícil trasladarse desde la isla Esqueria hasta la isla Ítaca en la última etapa de su viaje, lo cual demuestra que ambas islas se encontraban en el mar Jónico.


Nota: El copyright del artículo “Los viajes de Ulises” pertenece a Carlos J. Moreu. El permiso para volver a publicar esta obra en forma impresa o en Internet ha de estar garantizado por el autor.

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