Los textos que se editan en este blog desvelan el fundamento histórico de diversas leyendas y relatos que pueden encontrarse en las fuentes clásicas grecorromanas. Como autor que investiga estas relaciones entre la mitología y la historia, he sido colaborador de la revista HISTORIA-16 entre los años 2001 y 2007 y he publicado, hasta el momento, los siguientes libros:
"La Guerra de Troya: más allá de la leyenda". Ed. Oberón (Grupo Anaya), 2005.
"La Guerre de Troie: au-delà de la légende" (trad. al francés). Ed. Ithaque, 2008.
"Los Hijos de Breogan: historia y leyenda de los pueblos célticos". Ed. Cultivalibros, 2012.

lunes, 31 de agosto de 2015

LA LEYENDA DE PERSEO

Perseo, hijo de Zeus, fue el héroe mitológico que fundó Micenas, ciudad griega situada en la región de Argólide, al nordeste del Peloponeso. La leyenda cuenta que Perseo realizó otras fabulosas hazañas en oriente, donde liberó a la princesa Andrómeda de ser devorada por un monstruo marino, y en el extremo occidente, donde mató a la terrible gorgona llamada Medusa.

La más antigua referencia a Perseo se encuentra en unos versos del Canto XIV de la Ilíada, en los cuales Homero nos presenta al héroe como hijo de Zeus y Dánae y como “el más ilustre de los hombres”. En la Teogonía, el poeta Hesíodo menciona la victoria de Perseo sobre la gorgona Medusa. Aunque estos textos fueron escritos entre los siglos VIII y VII a C, deben de proceder de una larga tradición oral iniciada en la Edad de Bronce, cuando Micenas era la ciudad más rica y poderosa de Grecia.

PERSEO, REY DE MICENAS

De acuerdo con la tradición griega, Perseo había reinado en Micenas cuatro generaciones antes que Agamenón, el monarca que combatió en la guerra de Troya. La arqueología ha revelado que Troya fue atacada e incendiada alrededor de 1200 a C, de modo que Perseo tendría que haber sido rey de Micenas a finales del siglo XIV a C, si realmente fue un personaje histórico. Aunque los datos arqueológicos también indican que Micenas existía desde una época más antigua, es interesante comprobar que las murallas de Micenas empezaron a construirse en 1325 a C, una fecha que encaja muy bien con esa cronología, y que Micenas y Argólide se convirtieron entonces en el centro de una gran red comercial que se extendía por las costas del Mediterráneo oriental y que llegaba incluso hasta la isla de Cerdeña en occidente.

Así pues, el histórico rey Perseo no habría sido el verdadero fundador de Micenas, pero sí podría haber sido el soberano que inició el periodo de mayor prosperidad en esta ciudad, la cual se convirtió en la más importante de Grecia.

Cuenta la leyenda que las murallas de Micenas fueron construidas por los fabulosos cíclopes, gigantes de un solo ojo que procedían de Creta, Licia y Tracia. Es posible que los griegos micénicos hubiesen empleado a obreros extranjeros en la construcción de estas grandes murallas, dando así origen al mito de los cíclopes.

De acuerdo con los estudios de la arqueóloga Elizabeth French, la fortificación de Micenas se realizó en tres fases, datadas en 1325 a C, 1250 a C y 1230 a C. Se introdujeron entonces algunas técnicas constructivas que resultaban novedosas, las cuales podían proceder de Creta, isla que estaba bajo el dominio de los griegos. Los legendarios “cíclopes” de Creta podrían haber trabajado, por tanto, en el primer tramo de las murallas micénicas.

Se documenta en algunas tablillas hititas que, durante el siglo XIII a C, hubo una revuelta de los licios, pueblo asentado en el suroeste de Anatolia, contra el imperio hitita, y que una vez que los hititas sofocaron esta rebelión, muchos licios cruzaron el mar Egeo para refugiarse en la tierra de los aqueos o micénicos, quienes habían sido sus aliados. Tal vez estos licios establecidos en Grecia se encargasen de levantar el segundo tramo de las murallas ciclópeas de Micenas, datado en 1250 a C, y por ello se les puede identificar a su vez con los míticos “cíclopes” procedentes de Licia.

Otros datos arqueológicos apuntan a que, a finales del siglo XIII a C, unos inmigrantes de origen tracio se asentaron en algunas regiones de Grecia (incluida la Argólide). Aparece entonces un tipo de cerámica bastante tosca, realizada a mano, cuyo origen suele identificarse con el área de los Balcanes, y también se introducen nuevos tipos de armas que procedían de las misma zona. De este modo, los “cíclopes” llegados desde Tracia podrían haber sido estos nuevos inmigrantes, los cuales habrían trabajado en la tercera y última fase de las fortificaciones micénicas alrededor de 1230 a C. En tales fechas, el rey de Micenas ya no podría ser Perseo, pero quizás gobernase su nieto Euristeo o bien su sucesor, el rey Atreo (padre de Agamenón).

Los cretenses y los tracios eran buenos metalúrgicos y, según la leyenda, los cíclopes servían a Hefesto o Vulcano, dios del fuego y de la metalurgia. De hecho, se ha supuesto que estos gigantes de un solo ojo representan a los antiguos metalúrgicos, los cuales se taparían el otro ojo con un parche para poder protegerlo de las chispas que saltaban del yunque. Una de las regiones del Egeo que solía relacionarse con el dios Hefesto era Licia, precisamente, ya que era una tierra volcánica. Pero la tradición mítica también situaba a los cíclopes en la isla de Vulcano, próxima a Sicilia, donde el héroe Ulises encontró al cíclope Polifemo.

PERSEO EN ORIENTE

La madre de Perseo fue la princesa Dánae, hija del rey Acrisio de Argos. Acrisio descendía a su vez de Dánao, un mítico personaje que se había refugiado en la Argólide en una época que puede datarse en el siglo XVI a C. Por ello los argivos y micénicos también reciben el nombre de dánaos en los versos de Homero y Virgilio.

El trasfondo histórico de este mito ha sido tratado en otro artículo de este mismo blog, titulado “Los hicsos y la leyenda de Dánao”. Los hicsos fueron unos invasores asiáticos, procedentes de las regiones de Siria y Cilicia, que conquistaron el norte de Egipto y lo gobernaron durante unos 100 años, hasta que los egipcios consiguieron expulsarlos a mediados del siglo XVI a C. Como habían establecido una red de relaciones comerciales en el Mediterráneo oriental, la cual incluía seguramente las islas y costas del mar Egeo, es posible que una familia noble de los hicsos hubiera buscado refugio en la región griega de Argólide, tras huir de Egipto, y se emparentase con la familia real argiva por medio de algún casamiento, el cual habría dado origen a una dinastía de reyes “dánaos” que llegaría hasta el propio Perseo, nacido unos 200 años después. La raíz del nombre de Dánao no es griega, ya que su origen es asiático o semítico y por ello la podemos encontrar también en el nombre del rey asirio Assur-Dan, que significa “juez de Assur”. Se documenta además una tierra de Danuna y una antigua tribu de los danunim en Cilicia, región del sureste de Asia Menor que se encontraba junto a Siria, justamente en los territorios de origen de los hicsos.

Aquellos antiguos lazos de los griegos micénicos con el Próximo Oriente debieron de propiciar que ellos también estableciesen contactos comerciales con los pueblos costeros de Anatolia, Chipre y el Levante, donde la cerámica micénica llegó a ser muy apreciada. En cierta versión de la leyenda de Perseo, este héroe no sólo habría fundado Micenas, sino también la ciudad de Tarso en Cilicia, y resulta que este puerto asiático era visitado con frecuencia por los griegos micénicos, quienes llegaron a establecerse en Tarso a principios del siglo XII a C. Al igual que ocurre con Micenas, Perseo no pudo haber fundado Tarso, ya que la ciudad existía desde tiempos más antiguos, pero sí que hubo una importante relación entre Cilicia y la región griega de Argólide.

Ahora bien, el episodio más conocido que conecta la leyenda de Perseo con el Próximo Oriente es la proeza que el héroe griego habría realizado en el antiguo puerto de Yope, el cual se corresponde con la actual Jaffa, en la costa de Israel. Perseo liberó a Andrómeda de ser devorada por un monstruo marino y después se casó con ella, de modo que esta princesa se convirtió en la reina de Micenas.

Yope también era una ciudad muy antigua, ya que los datos arqueológicos sitúan su origen en torno a 2000 a C, y se sabe que poseía una muralla en la época de los hicsos. La ciudad aparece en la documentación egipcia desde el siglo XV a C, con el nombre de Yapu. En la Edad de Bronce sus habitantes no eran los israelitas, sino que pertenecían a otro grupo de cananeos que fueron conocidos en las leyendas griegas como los cefenos. El padre de la princesa Andrómeda era el rey Cefeo, cuyo nombre está claramente relacionado con el de este pueblo, y su madre era la reina Casiopea. Ahora bien, la tradición helénica también recuerda a otro personaje más antiguo llamado Cefeo, el cual era hermano de Dánao, el héroe que representaba a los hicsos en la mitología griega y que fue el ilustre antepasado de Perseo.

Se puede deducir, por tanto, que la ciudad de Yope había sido un puerto asiático dominado por los hicsos entre los siglos XVII y XVI a C, y que en el siglo XIV a C fue otra importante escala en las rutas comerciales de los navegantes micénicos. No sería extraño que un rey de Micenas como Perseo tomase como esposa a una princesa de Yope para afianzar esas relaciones comerciales en oriente, de modo que la legendaria unión entre Perseo y Andrómeda podría tener una cierta base histórica, aunque el nombre atribuido a esta princesa no sea cananeo sino griego.

Otro dato interesante que relaciona al puerto de Yope o Jaffa con los hicsos es que la tribu israelita asentada en la zona de Jaffa durante la Edad de Hierro fue conocida como la tribu de Dan, quizás por haber asimilado a una parte de aquel antiguo pueblo cananeo de los cefenos, que a su vez mantenía un parentesco étnico con los invasores hicsos procedentes de la región cilicia de Danuna. También se sabe, sin embargo, que a principios del siglo XII a C las costas de Palestina fueron nuevamente invadidas por los llamados Pueblos del Mar, llegados desde Anatolia y el Egeo, entre los cuales se encontraban los peleset o filisteos y los llamados denyen, quienes seguramente constituían una nueva oleada de inmigrantes cilicios que tal vez acabaron mezclándose con los hebreos para formar la tribu israelita de Dan.

Así pues, las relaciones históricas entre la región griega de Argólide, la tierra de Cilicia y la zona de Yope o Jaffa parecen haber sido múltiples y complejas, pero están bien representadas en el mito helénico de Perseo.

PERSEO EN OCCIDENTE

Otra gran hazaña de Perseo, que habría sido anterior a la liberación de Andrómeda, se produjo en el lejano occidente. El poeta Hesíodo relacionó el lugar donde Perseo venció a la gorgona con el Océano, añadiendo que de la sangre de Medusa nació el caballo alado Pegaso y el gigante Crisaor, primer rey de Iberia.

No obstante, el historiador Diodoro Sículo afirmaba que las gorgonas eran unas agresivas mujeres libias cuya reina se llamaba Medusa. Hay que tener en cuenta que los griegos llamaban Libia a todas las tierras norteafricanas que se extendían al oeste de Egipto, pero no es probable que los micénicos hubiesen explorado en el siglo XIV a C las costas que hoy pertenecen a Argelia y Marruecos, por estar situadas demasiado al oeste. Tampoco debieron de navegar hasta la Península Ibérica, aunque se hayan encontrado en Andalucía algunos restos de cerámica micénica, la cual pudo haber llegado de forma indirecta, a través de una cadena de contactos comerciales.

Sí se sabe, en cambio, que los navegantes cretenses y micénicos visitaban el sur de Italia y Sicilia desde el siglo XVI a C, y que desde la segunda mitad del siglo XIV a C (la época en la que pudo vivir Perseo) también viajaban hasta Cerdeña en sus periplos comerciales. En Sicilia y en Cerdeña se desarrollaron unas culturas prehistóricas bastante parecidas a las que florecieron en la Península Ibérica y es factible, incluso, que los más antiguos habitantes de estas islas tuviesen un parentesco étnico con la primitiva población ibérica. La cultura megalítica occidental no sólo se había desarrollado en nuestra península, sino también en el noroeste de África, en Sicilia y en Cerdeña; y durante la Edad de Bronce se seguían manteniendo los contactos comerciales y culturales entre todas esas regiones del Mediterráneo occidental.

Así y todo, es posible que la versión del mito recogida por Diodoro Sículo fuese más antigua que la de Hesíodo, aunque se hubiera escrito en fechas más recientes. Quizás la leyenda original situaba la proeza del héroe Perseo en las costas norteafricanas próximas a Sicilia y Cerdeña, un territorio que para los griegos micénicos se encontraba en el extremo occidental del mundo conocido. Pero cuando Hesíodo escribió su Teogonía, a principios del siglo VII a C, el lejano occidente se localizaba en las costas del Océano Atlántico, y por ello pudo haberse trasladado hasta allí el escenario de la fabulosa hazaña.

La palabra gorgona significa “horrible”, y se contaba que el rostro de esta criatura era realmente espantoso porque con su mirada penetrante podía convertir en piedra a sus víctimas. Según la leyenda, Perseo luchó con ella sin mirarla directamente a la cara y después de vencerla, le cortó la cabeza, que guardó dentro de un zurrón porque aún conservaba su maligno poder.

Otro dato interesante que nos aporta la mitología griega es que la cabeza de Medusa acabó adornando el escudo de Atenea, quien a su vez tiene una sorprendente relación con Libia. En cierta versión del mito de Atenea, se cuenta que esta diosa había nacido en la zona del lago Tritonis, el cual se extendía por unos territorios norteafricanos que actualmente pertenecen a Túnez y Argelia. El origen de esta creencia debe de estar en la identificación que hicieron los griegos de la diosa Neit, adorada por egipcios y libios, con Atenea. Se puede suponer por tanto que las gorgonas libias, de las que hablaba Diodoro Sículo, hubieran sido unas sacerdotisas del culto norteafricano a la diosa Neit, las cuales podrían haber utilizado unas máscaras de horrible aspecto para escenificar alguno de sus ritos.

Lo que sí es seguro es que, en los siglos XIV y XIII a C, los contactos comerciales entre los pueblos del Egeo, incluyendo a los griegos micénicos, y las tribus libias que poblaban las costas situadas al oeste de Egipto fueron bastante frecuentes, de acuerdo con los datos obtenidos en el yacimiento arqueológico de la isla de Bates, situada en el área costera de Marsa Matruh. Teniendo en cuenta, además, que los micénicos navegaban hasta Sicilia y Cerdeña en esa misma época, y que Sicilia no está lejos del norte de África, es muy posible que hubiesen explorado otras tierras africanas situadas más al oeste, incluyendo la zona del lago Tritonis. De hecho la ruta más segura para alcanzar las costas occidentales de Sicilia e Italia, visitadas habitualmente por los comerciantes micénicos, pasaba por el litoral de Túnez, evitándose así la navegación por el peligroso estrecho de Mesina. Por ello también se pueden encontrar referencias a esas lejanas tierras norteafricanas en el mito de los argonautas y en el de Ulises.

En conclusión, es muy probable que la leyenda de Perseo se basara en el poderío alcanzado por los micénicos durante el siglo XIV a C, cuando este pueblo explotaba el comercio marítimo en la mayor parte del Mediterráneo, desde el litoral asiático de Siria y Canaán en el extremo oriental hasta la isla de Cerdeña en el occidental, pasando por las costas de Egipto y Libia que se extendían al sur. De este modo, las hazañas de aquellos primitivos navegantes han quedado poéticamente representadas en la heroica historia de Perseo, ya fuese éste un personaje imaginario o un auténtico rey de la época micénica.


BIBLIOGRAFÍA

-Crespo, C. M. “Las relaciones de intercambio establecidas por los grupos libios de la costa norafricana con sus vecinos del Mediterráneo Oriental durante el imperio egipcio”, en Relaciones de intercambio entre Egipto y el Mediterráneo Oriental (IV-I Milenio A.C.), editado por A. Daneri Rodrigo, p. 103-125, Buenos Aires, 2001.
-Falcón Martínez, C., Fernández Galiano, E. y López Melero, R. Diccionario de mitología clásica. Madrid, 2004.
-French, E. Micenas: Capital de Agamenón. Barcelona, 2005.
-García Iglesias, L. Los orígenes del pueblo griego. Madrid, 1997.
-Graves, R. Los mitos griegos (ed. rev.) Madrid, 1985.
-Mederos Martín, A. “Ex Occidente Lux: el comercio micénico en el Mediterráneo central y occidental (1625-1100 a C)”, en Complutum 10, 1999, p. 229-266.


Nota: El copyright del artículo “La leyenda de Perseo” pertenece a Carlos J. Moreu. El permiso para volver a publicar esta obra en forma impresa o en Internet ha de estar garantizado por el autor.

lunes, 9 de marzo de 2015

EL ORIGEN MÍTICO DE LOS LATINOS Y DE ROMA

Los latinos y los sabinos eran dos tribus itálicas de origen indoeuropeo, las cuales poblaron una zona del Lacio conocida como el Septimontium, formada por las siete colinas sobre las que se edificó la ciudad de Roma.

Tal como se registra en la tradición latina, la fundación de Roma tuvo que haberse producido en el siglo VIII a C, pero la ocupación del Lacio por tribus indoeuropeas, llegadas desde otros territorios situados más al norte, se había iniciado en la Edad de Bronce. Los datos arqueológicos indican que, entre los siglos XII y X a C, se produjeron importantes movimientos de pueblos en Italia que dieron origen a las culturas protovillanoviana y villanoviana, caracterizadas por el rito funerario de la cremación. El nombre que los arqueólogos dieron a estas culturas procede del yacimiento de Villanova di Castenaso, situado en Bolonia. La cultura que se desarrolló en el Lacio a partir del año 1000 a C se asemejaba bastante a la cultura villanoviana y ha sido denominada cultura lacial. Generalmente se identifica el asentamiento de los latinos en esta región de Italia con la aparición de la cultura lacial, y por ello se puede datar su llegada al Lacio a finales del siglo XI a C. Los latinos se establecieron en mayor número en la zona de los montes Albanos, pero también ocuparon el Septimontium y la franja costera del Lacio.

Ahora bien, los hallazgos arqueológicos también indican que la cultura protovillanoviana, un poco más antigua que las culturas villanoviana y lacial, estuvo igualmente presente en el Lacio. Este dato apunta a que las tierras situadas al sur del río Tíber habían sido pobladas por otra tribu de origen indoeuropeo, antes de que los latinos dominasen esa zona. En su obra titulada “Antigüedades Romanas”, el historiador Dionisio de Halicarnaso identificó a esos anteriores pobladores del Lacio como los sículos, los mismos que ocuparon en fechas más recientes la isla de Sicilia. En realidad, estos primitivos habitantes del Lacio no debían de llamarse sículos a sí mismos, ya que tal denominación les habría sido aplicada por los navegantes griegos que los encontraron en la parte oriental de la isla que ellos llamaban Sikelia o Sicilia. Los historiadores griegos Filisto y Antíoco, nacidos en la colonia siciliana de Siracusa, emparentaban a los sículos con los ítalos, de modo que éste podría ser el verdadero nombre de aquel pueblo, el cual dio origen al de Italia. Otros autores clásicos como Helánico de Lesbos y el bizantino Tzetzes parecían identificar a los sículos con los ausonios, pueblo establecido en el suroeste de Italia que a su vez estaba muy relacionado con los ítalos. Por ello se consideraba a Ausón y Sicelo, míticos progenitores de los ausonios y los sículos, como hijos de Ítalo.

Ciertamente la cultura protovillanoviana, que se había extendido desde el norte de Italia hasta el Lacio, alcanzó también otras regiones meridionales como el sur de Campania, el nordeste de Sicilia y las vecinas islas Lípari. Los difusores de aquella cultura en el sur de Italia podrían haber sido los ítalos o ausonios que ocuparon las regiones de Campania y Calabria y que, después de haber expandido su territorio hasta una parte de Sicilia, pasaron a ser también conocidos como “sículos”. Según el historiador Tucídides, esta tribu indoeuropea llegó a la isla de Sicilia alrededor del año 1000 a C. Es factible, por tanto, que los ítalos hubiesen ocupado el Lacio en el siglo XII a C y que después hubiesen continuado su migración hasta alcanzar el sur de Italia y Sicilia en torno a 1000 a C. Por esas misma fechas, su dominio sobre la región del Lacio habría sido sustituido por el de los latinos, recién llegados a este territorio. También el poeta Virgilio señalaba (en el Libro VIII de la Eneida) que el Lacio había sido invadido en una época remota por “huestes ausonias y tribus sicanas”, refiriéndose con esta errónea denominación de “sicanos” a los ítalos que también llegaron a ser conocidos como sículos por su asentamiento en Sicilia. Por otra parte, una antigua tradición atribuía a los sículos la fundación de la ciudad de Gabii, situada a 20 kms al este de Roma.

Volviendo a la cuestión de los latinos y su origen étnico, los relatos míticos contaban que Latino, el legendario progenitor de este pueblo, descendía del dios Saturno a través de su hijo Pico y de su nieto Fauno, quien fue el padre de Latino. La era de Saturno (semejante al dios griego Crono, padre de Zeus) representaba la época más primitiva del hombre, que había sido idealizada por los poetas latinos, y Fauno era otra divinidad que se correspondía con el dios griego Pan, venerado por los pastores. En cuanto a Pico, este personaje resulta muy interesante porque está claramente relacionado con los picenos, otra tribu indoeuropea que dio su nombre a un territorio situado en el nordeste de Italia. Puesto que la cultura lacial no se relaciona solamente con la cultura villanoviana, desarrollada al norte del Tíber, sino que también era bastante similar a la cultura picena, es muy probable que existiese ese parentesco étnico entre los latinos y los picenos, reflejado en la tradición mítica. Por otra parte, el romano Festo indicaba que la esposa de Fauno y madre de Latino había sido una mujer “hiperbórea”, es decir, de origen norteño. También el griego Licofrón dejó escrito (en los versos 1252 a 1255 de su poema “Alexandra”) que la nación romana fue fundada en la tierra de los boreigonoi, un término griego que significa “originarios del norte” y que sin duda se refería a los latinos. Teniendo en cuenta, además, que los latinos llamaban Albula al río que los etruscos denominaron Tíber y llamaban Albanos a unos montes del Lacio, y que estos términos se asemejan mucho al nombre de los Alpes (los montes “albos” o blancos), es muy posible que los latinos se hubiesen desplazado gradualmente desde el centro de Europa, pasando por el norte de Italia, hasta alcanzar la región del Lacio.

Respecto a los sabinos, esta tribu itálica debía de estar muy emparentada con los latinos y compartió con ellos la zona del Septimontium, el solar de la futura Roma. La tradición latina indica que un grupo de sabinos, conocidos como sacranios, se trasladó hasta allí desde Reate. Los sabinos habrían ocupado las colinas conocidas como el monte Capitolino y el Quirinal, mientras que los latinos poblaron el monte Palatino.

LA LEYENDA DE ENEAS

De acuerdo con la tradición grecorromana, el héroe troyano Eneas jugó un importante papel en la génesis del pueblo latino y romano. Se contaba que la destrucción de Troya, causada por los griegos, provocó la emigración de Eneas y un grupo de seguidores desde aquella región del noroeste de Anatolia (la actual Turquía) hasta la costa italiana del Lacio.

No obstante, en la versión más antigua de esta leyenda (titulada Ilioupersis o “saqueo de Ilión”) se cuenta que Eneas se refugió en las montañas del Ida, situadas en la propia región de Tróade, y en la Ilíada sólo se indica que Eneas estaba predestinado a sobrevivir y a perpetuar la estirpe troyana, sin aclarar dónde se estableció finalmente. En realidad, los primeros documentos conocidos que se refieren al exilio de Eneas y de sus seguidores datan de los siglos VI y V a C.

Dionisio de Halicarnaso comenta en sus escritos la obra de Helánico de Lesbos titulada Troika, que había sido compuesta en el siglo V a C. En esta obra, cuyo texto original no se ha conservado, Helánico recogía dos versiones de la huida de Eneas. En una de ellas, el héroe troyano se refugiaba en una zona costera de Tracia donde habría fundado la ciudad de Enea, la cual existió realmente y acuñó monedas del siglo VI a C con la imagen de Eneas huyendo de Troya. En la otra versión, Eneas viajaba hasta Italia en compañía del griego Ulises, a pesar de que éste había sido uno de sus oponentes en la Guerra de Troya.

Los relatos más conocidos del exilio de Eneas se escribieron en la época del primer emperador de Roma, Octavio Augusto, y sus autores fueron el citado Dionisio de Halicarnaso y el poeta latino Virgilio. Este último cuenta en la Eneida que el famoso héroe troyano se embarcó junto con sus seguidores en el puerto de Antandros (situado al sur de la Tróade) y que hizo un largo viaje por el Mediterráneo hasta llegar a las costas de Sicilia e Italia, donde los exiliados troyanos fundaron algunos asentamientos. Tras casarse con la hija del rey Latino, llamada Lavinia, Eneas estableció su nuevo hogar en la región costera de Laurentum y allí fundó la ciudad llamada Lavinium, en honor a su nueva esposa. Posteriormente el hijo de Eneas, Ascanio, fundó en el interior del Lacio la ciudad de Alba Longa, pero 400 años después, los descendientes de Eneas y Lavinia edificaron otra ciudad más importante llamada Roma, de modo que los romanos descenderían de una mezcla étnica entre los latinos y los troyanos.

La versión relatada por Virgilio y Dionisio no resulta creíble desde el punto de vista histórico. Si bien la zona costera de Lavinium (la actual Pratica di Mare) ya había estado habitada a finales de la Edad de Bronce, allí no hubo una verdadera ciudad hasta el siglo VII a C. Anteriormente sólo debía de existir un puerto o fondeadero natural, junto a la desembocadura del río Numicio, que habría sido utilizado habitualmente por los pescadores y los navegantes que practicaban el comercio en el mar Tirreno. Además de esto, ya sabemos que la tribu indoeuropea de los latinos ocupó el Lacio poco antes del año 1000 a C, y la Guerra de Troya se habría producido en una época anterior (alrededor de 1200 a C), de modo que unos troyanos refugiados en la costa del Lacio no podrían haberse encontrado con los latinos en fechas tan tempranas.

Ahora bien, Virgilio también relató que otro grupo de troyanos se había establecido en Sicilia, en unas colonias fundadas por los héroes Elimo y Acestes, y esto tiene una mayor verosimilitud, ya que hay varios datos arqueológicos que parecen confirmar esta hipótesis. En Pantalica, un enclave de la costa oriental de Sicilia que floreció después de 1200 a C, se ha encontrado un tipo de cerámica roja y brillante, hecha a torno, que se usaba en Chipre, Anatolia y otras zonas del Egeo a finales de la Edad de Bronce. Y en algunos cementerios del sureste de Sicilia se practicó la cremación y se conservaron los restos de los difuntos en unas vasijas llamadas pithoi, un rito funerario que se documenta también en la Tróade entre los siglos XIV y XIII a C. Además de estos datos, se sabe por algunas inscripciones que la lengua de los elimios de Sicilia, supuestos descendientes del troyano Elimo (hermanastro de Eneas), utilizaba un sufijo -zie en los nombres gentilicios que es muy similar al sufijo -zi de la antigua lengua de Licia, región que se encontraba en Anatolia occidental (al igual que Troya). Por ello el término elimio Segestazie significa “de los segestanos” y, análogamente, el término Sppartazi significa “espartanos” en la lengua licia. Por otra parte, el nombre de Elimo y los elimios se asemeja bastante al de Walmu, rey de Troya mencionado en una tablilla hitita de la Edad de Bronce.

Lo más probable es que el mito de Eneas se base en hechos históricos ocurridos en épocas diferentes, relativos a la llegada de inmigrantes de origen egeo-anatolio a las costas e islas del mar Tirreno. Una primera oleada de estos inmigrantes se habría producido, en efecto, a principios del siglo XII a C, pero el territorio que ellos colonizaron no se encontraba en Italia, sino en Sicilia, y probablemente también se establecieron en la isla de Cerdeña. Posteriormente, en el siglo VIII a C, se produjo otra migración desde Anatolia occidental, y estos navegantes sí que ocuparon varias zonas de la costa occidental de Italia. Como se explicará en el siguiente epígrafe, esta segunda oleada tiene cierta relación con la fundación de Roma, ocurrida en esa misma época, y sin duda dio origen a la civilización etrusca que, a partir de entonces, se desarrolló al norte del Tíber.

Se decía que los etruscos, a quienes los griegos llamaban tirrenos o tirsenos, estaban muy emparentados con los lidios, los misios y los lemnios. Estos tres pueblos vivían cerca de la región de Tróade, en la cual se encontraba la antigua ciudad de Troya. Tal es así que los autores griegos también llamaban tirrenos o tirsenos a ciertos habitantes del noroeste de Anatolia.

La relación entre la leyenda de Eneas y el origen de la civilización etrusca se hace más evidente en el relato que escribió Licofrón de Calcis, un autor griego de principios del siglo III a C, en su poema “Alexandra”. Según Licofrón, Eneas se desplazó hasta la región costera de Italia que ocuparon los tirrenos o etruscos y allí se unió a los hermanos Tarcón y Tirreno, que para Licofrón eran hijos del rey Télefo de Misia, región colindante con la Tróade. Tirreno sería el mítico progenitor de los tirrenos de Italia y su hermano Tarcón habría fundado la ciudad etrusca de Tarquinia, si bien los nombres de Tarcón y Tarquinia están claramente relacionados con el de Tarkhuna o Tarkhunta, un dios anatólico. Plutarco relata, además, que Eneas se casó con una hermana de estos dos gobernantes etruscos cuyo nombre era Roma, pero otro autor llamado Alcimo de Sicilia creía que el nombre de la nueva esposa de Eneas era Tirrenia.

Se sabe, por otro lado, que los etruscos practicaban un juego de lucha ecuestre al que denominaban Truia, también conocido entre los latinos como lusus Troiae o “juego de Troya”, y Virgilio indica en la Eneida que este tipo de juego fue llevado a Italia por los refugiados troyanos.

Hay que tener en cuenta, además, que Eneas no sólo fue un héroe para los latinos, sino también para los etruscos. Se conservan vasijas etruscas de los siglos VI y V a C que están decoradas con escenas de la leyenda de Eneas, así como otros vasos griegos con representaciones semejantes que fueron exportados a Etruria; y también se conocen estatuas etruscas de Eneas, cargando con su anciano padre Anquises, que datan de mediados del siglo V a C.

En Lavinium, ciudad costera del Lacio que ya ha sido mencionada, se encontró un túmulo del siglo IV a C que está conectado con una tumba más antigua, de la primera mitad del siglo VII a C, en la cual había unos pocos fragmentos de huesos, vasijas etruscas y los restos de un carro. Algunos investigadores identifican este túmulo con el que mencionó Dionisio de Halicarnaso en sus “Antigüedades Romanas” (I, 64), en el cual se creía que estaba enterrado Eneas. Es posible, en cualquier caso, que la tumba perteneciese realmente al fundador de Lavinium y que éste fuese un caudillo de los inmigrantes anatólicos que llegaron a las costas del Tirreno en la Edad del Hierro. Este mismo personaje podría haber establecido en el Lacio el culto a Eneas, un héroe mucho más antiguo que había sobrevivido a la destrucción de Troya del año 1200 a C. De hecho, el culto a Eneas en Lavinium se ha documentado mediante una inscripción encontrada a 8 km de la ciudad, que data de 300 a C y está dedicada a Lare Aineia, es decir, a Eneas como protector de los hogares de Lavinium.

También es interesante el hecho de que las fuentes clásicas situaran a otros legendarios héroes troyanos en diversas regiones del Mediterráneo central, además de los que ya se han mencionado. A Dárdano, el epónimo de los dárdanos de la Tróade, se le relaciona con Etruria, así como al troyano Córito. A Capis, otro héroe procedente de Troya, se le considera el fundador de Capua, ciudad que perteneció a los etruscos. Y al troyano Antenor se le relaciona con Padua y con la región del Véneto, situada muy cerca de la desembocadura del Po donde también llegaron a establecerse los etruscos.

Así pues, muchos de los elementos que conforman el mito de Eneas encajan mejor con una cronología de los siglos VIII y VII a C (cuando se originaron las ciudades de Tarquinia, Roma, Capua y Lavinium) que con la época en que se suele situarse la legendaria Guerra de Troya. Por ello algunas de las versiones de esta leyenda datan la fundación de Roma poco después de que se produjera la llegada de los troyanos a Italia. En esas primeras versiones el fundador de Roma es el propio Eneas, o bien algún hijo o nieto del héroe troyano. En el famoso relato de Virgilio sí se tiene en cuenta ese desfase cronológico, y por ello se plantea la fundación de Roma como un hecho futuro anunciado a Eneas por una sibila. Así y todo, se puede encontrar otros elementos anacrónicos en la Eneida, ya que poco antes de llegar a Sicilia e Italia, Eneas pasa un tiempo en la ciudad de Cartago junto a la reina Dido. En realidad, esta ciudad del norte de África fue fundada por los fenicios unos 60 años antes de que de fundara Roma, de modo que el hecho narrado por Virgilio también se ajusta mejor a una cronología del siglo VIII a C. Lo mismo puede decirse de la referencia virgiliana al etrusco Tarcón, que se convierte en un aliado de Eneas, o de la presencia de griegos en la zona del monte Palatino, ya que ambos elementos resultan ser igualmente anacrónicos.

Puede decirse, en definitiva, que las narraciones de la tradición clásica no son totalmente verdaderas, pero tampoco se las puede considerar absolutamente falsas, ya que suelen basarse en unos auténticos hechos históricos. En este caso, la leyenda de Eneas parece mezclar un acontecimiento del siglo XII a C, que se puede identificar con el asentamiento en Sicilia de inmigrantes procedentes de Anatolia occidental, con otro hecho producido en el siglo VIII a C, relacionado con la llegada a las costas de Italia de una nueva oleada de inmigrantes anatólicos, la cual debió de ser más numerosa que la primera. La fusión de estas dos migraciones históricas en un mismo relato mítico habría provocado los anacronismos e incongruencias que pueden observarse al comparar las diversas versiones de esta leyenda.

LA FUNDACIÓN DE ROMA

La narración más conocida sobre la fundación de Roma se encuentra en la obra de Tito Livio, historiador latino que dató este acontecimiento en una fecha que se corresponde con el año 753 a C de nuestro calendario. La investigación arqueológica ha confirmado una datación del siglo VIII a C para el primer asentamiento urbano en el Septimontium, ya que en el período anterior, la zona habría estado poblada por los latinos y sabinos de una forma más dispersa, y por ello no podría considerarse aún una ciudad.

El relato de Tito Livio identifica a Rómulo como el mítico fundador de la ciudad. Rómulo y su hermano gemelo, llamado Remo, eran hijos del dios Marte y de Rea Silvia, una princesa de la ciudad latina de Alba que descendía del troyano Eneas y de Lavinia, la hija del legendario rey Latino. Se contaba que Rómulo y Remo habían sido amamantados por una loba en la cueva llamada Lupercal, situada a los pies del monte Palatino y a orillas del Tíber.

Rómulo ya había sido considerado el héroe fundador de Roma por otros historiadores anteriores (como Nevio, Fabio Pictor y Diocles de Pepareto), y en un espejo de la segunda mitad del siglo IV a C, procedente de Praeneste, ya se representó la escena de Rómulo y Remo amamantados por una loba. En el relato de Nevio, Rómulo era hijo de Ilia y nieto de Eneas, de modo que la fundación de Roma estaría más próxima a la llegada de los troyanos al Lacio que en la versión de Tito Livio. En otras leyendas, la fundación de Roma fue atribuida a un héroe llamado Romo o a una mujer llamada Rome, cuyos linajes y parentescos eran diversos. Todos estos personajes eran héroes epónimos, es decir, que fueron creados en base al propio nombre de la ciudad, y por ello tienen pocas probabilidades de ser históricos. Los nombres de Roma y de sus supuestos fundadores derivan, seguramente, del término Rumon, una de las antiguas denominaciones del río Tíber según el gramático Servio. Este término está relacionado a su vez con el latín ruo (que significa “fluir” o “correr”) y con el castellano “río”. Al parecer, Tíber fue un nombre aplicado originalmente a este río por los etruscos, aunque finalmente se hizo el más usual, y Albula sería el nombre que le dieron los primeros latinos, de modo que el hidrónimo Rumon debía de ser utilizado por alguna de las otras tribus que vivieron en sus orillas (como los sabinos, los umbros o los ítalos). Existió otra antigua ciudad llamada Romulea en el Samnium, región del sur de Italia cuyos pobladores (los samnitas) podrían tener un parentesco étnico con los sabinos.

La leyenda también cuenta que, después de fundarse la ciudad, Rómulo compartió su gobierno con un sabino llamado Tito Tacio, con cuya hija Hersilia se casó. Sin embargo, Rómulo no tuvo descendencia y por ello el primer rey de Roma fue Numa Pompilio, otro personaje de origen sabino que también se había casado con una hija de Tito Tacio. Rómulo fue tan sólo un personaje mítico, presentado como hijo del dios Marte y sin ningún descendiente conocido, el cual personificaba a los más antiguos habitantes de Roma, mientras que Tito Tacio y Numa Pompilio debieron de ser unos auténticos personajes históricos. El arqueólogo Andrea Carandini encontró hace pocos años, en la zona del Foro Romano, unos restos arqueólogicos que él dató a finales del siglo VIII a C y que por ello identificó con el palacio o residencia de los primeros reyes de Roma.

En el mismo periodo en que surgió la ciudad de Roma, el siglo VIII a C, los inmigrantes anatólicos que originaron el pueblo etrusco fundaron las ciudades de Tarquinia y Capua en la costa italiana, y es bastante probable que la ciudad de Politorium también fuese una fundación etrusca, a juzgar por las tumbas que allí se han encontrado. Esta coincidencia cronológica y el hecho de que Politorium (la actual Castel di Decima) se situara en la desembocadura del Tíber, a 18 km. de Roma, permite suponer que los latinos y sabinos recibieron una importante influencia de la actividad urbanizadora emprendida por esos primeros etruscos, un pueblo más civilizado que ellos. Poco más tarde, en el siglo VII a C, los etruscos también se asentaron en Praeneste, otro enclave del Lacio, en el cual se encontraron algunas de las más ricas tumbas etruscas, e igualmente debieron de ocupar Lavinium, ciudad asociada al mito de Eneas. Todo parece indicar, por tanto, que los etruscos se establecieron inicialmente a ambos lados del Tíber, aunque la región que se denominó propiamente Etruria (la actual Toscana) se extendía hacia el norte del río.

En relación con esto, el poeta griego Hesíodo consideraba a Latino como uno de los reyes o gobernantes de los tirrenos o etruscos, y Dionisio de Halicarnaso señaló que Roma había llegado a ser considerada una polys Tyrrhenis, es decir, una ciudad etrusca. La leyenda sobre la fundación de Roma cuenta que Rómulo siguió rituales etruscos y que delimitó el recinto de la nueva ciudad con un agger, una fortificación de tierra que también fue usada en Politorium.

La tradición clásica indica, además, que los primeros etruscos tuvieron que enfrentarse con los umbros para conquistar las tierras situadas al norte del Tíber, donde fundaron la ciudad de Tarquinia alrededor de 770 a C, y por ello pudieron haberse aliado con los latinos y sabinos que vivían en la orilla meridional del Tíber. De este modo la nueva ciudad de Roma podría haber surgido bajo el patrocinio de los etruscos, aunque en realidad fuese una ciudad latina. Esto también explicaría la mítica unión de los latinos con los troyanos (que en realidad representarían a los primeros etruscos) para formar la base étnica de los romanos. Igualmente se justifica así que en la Eneida, los troyanos y los etruscos tuvieran que enfrentarse con una coalición de tribus de Italia y que los súbditos del rey Latino no se unieran a esa gran coalición para expulsar a los extranjeros. Por otra parte, el poeta Licofrón contaba que el nombre de Roma procedía de Rome, una hermana de los príncipes etruscos Tirreno y Tarcón que se casó con Eneas.

También cuenta la tradición que Roma se convirtió en rival de Alba, el asentamiento latino más importante hasta entonces, y por ello fue un lugar de asilo para todos los que abandonaban el reino albano. Lo que probablemente ocurrió es que los etruscos, y también los griegos (como veremos a continuación), utilizaron el río Tíber como una próspera vía comercial y eso atrajo a la población latina de los montes Albanos hacia la nueva ciudad.

Así y todo, la asociación o alianza entre etruscos y romanos no debió de durar mucho tiempo, ya que el puerto de Politorium, que con toda probabilidad había sido utilizado por los etruscos, pudo haber sido conquistado por los romanos en el siglo VII a C, cuando estaban gobernados por el rey Anco Marcio. La destrucción de Politorium, registrada en la tradición latina, ha sido verificada por los arqueólogos que han trabajado en el yacimiento de Castel di Decima, identificado con aquella antigua ciudad.

LA INFLUENCIA CULTURAL DE LOS GRIEGOS

Los navegantes helénicos ya comerciaban en el litoral de Italia durante la Edad de Bronce. Aunque sus destinos más frecuentes se situaban en las regiones meridionales y en la isla de Sicilia, se han encontrado algunas muestras de cerámica micénica en el Lacio y en otros yacimientos arqueológicos situados al norte del Tíber, de modo que estos territorios también debieron de ser visitados en algunas ocasiones por los comerciantes micénicos. Entre los siglos XI y IX a C, los griegos continuaron realizando viajes comerciales al sur de Italia y poco después, en el siglo VIII a C, fundaron sus primeras colonias en las costas itálicas.

Estas antiguas navegaciones tienen su reflejo en los relatos de la mitología griega, que sitúan a algunos héroes legendarios en Italia. Los más importantes son el famoso Hércules o Heracles (quien pasó por Italia cuando volvía de realizar su décimo trabajo), Ulises de Ítaca, y el héroe arcadio Evandro. También hay que mencionar a Diomedes, Idomeneo y Filoctetes que, al igual que Ulises, navegaron hasta Italia después de haber combatido en la mítica Guerra de Troya.

Entre las diversas tradiciones legendarias, hay algunas que consideran a Latino, el supuesto progenitor de los latinos, como hijo de Hércules y Palanto (quien era la esposa de Fauno) o como hijo de Ulises y Circe (una hechicera del Lacio). Pero de acuerdo con la versión más común, Latino era hijo de Fauno, un dios que fue adorado en la cueva del Lupercal bajo el nombre de Fauno Luperco (es decir, Fauno “de los lobos”). Como ya se ha indicado anteriormente, esta cueva se hallaba junto al monte Palatino de Roma, y se suponía que en ella se criaron los gemelos Rómulo y Remo, amamantados por una loba.

Ahora bien, la leyenda del príncipe Evandro relataba que este héroe, originario de la región griega de Arcadia, se trasladó hasta el Lacio y fundó la ciudad de Pallanteum o Palantea, una precursora de Roma que se situaba en el monte Palatino. Él habría introducido en el Lacio el culto a Fauno Luperco, semejante al dios Pan Liceo que fue venerado por los griegos, especialmente por los arcadios. El nombre de Palantea y del monte Palatino estarían relacionados, además, con el de la antigua ciudad griega de Palantia, situada entre Arcadia y Laconia. Por ello el poeta Virgilio cuenta en la Eneida que, al llegar al Lacio, el troyano Eneas encontró allí al hijo de Evandro, llamado Palante, con quien forjó una alianza.

El mito de Evandro podría simbolizar, en primer lugar, que la presencia de navegantes helénicos en las costas del mar Tirreno fueron más antiguas que las de los navegantes anatólicos de quienes descendían los etruscos. Por otra parte, se sabe que desde finales del siglo VIII a C, los primeros colonos griegos que se habían establecido en Italia realizaron viajes comerciales a la recién fundada ciudad de Roma. Estos navegantes, llegados desde la colonia griega de Cumas (situada en la costa de Campania) y desde otras regiones que se encontraban más al sur, remontaban el Tíber para poder ofrecer sus mercancías en el llamado Foro Boario o “mercado del ganado”, en la misma zona en que también se localizaba la cueva del Lupercal y en donde posteriormente se alzó un templo dedicado a Hércules.

Estos antiguos contactos comerciales con los griegos sin duda producirían una importante influencia cultural sobre los primeros romanos, que se sumaría a la de los etruscos. La influencia helénica explicaría la adopción del culto a Fauno Luperco, versión latina de Pan Liceo, o la denominación del monte Palatino, que debe de ser de origen griego.

Así y todo, es muy probable que los navegantes griegos hubiesen denominado Palantia a otra localidad o región del sur de Italia que ellos visitaban desde tiempos más antiguos, y que originalmente el mito de Evandro estuviese relacionado con esa otra región, la cual pudo acabar por confundirse con la zona del monte Palatino en Roma. Los arcadios que frecuentaban la Palantia del sur de Italia podrían proceder de la isla de Chipre, en cuya costa occidental habían fundado una próspera colonia, llamada Palaepafos, a principios del siglo XII a C. Las tradiciones culturales arcadias habrían sido introducidas inicialmente en el sur de Italia y los comerciantes helénicos las habrían llevado posteriormente hasta Roma. Esta última interpretación del mito de Evandro ha sido desarrollada en el artículo titulado “Leyendas del monte Palatino”, que puede leerse en este mismo blog.

En conclusión, la idea de que los primeros pobladores del monte Palatino, una de las siete colinas de Roma, fuesen griegos no es aceptable, pero las leyendas sobre la presencia de algunos héroes helénicos en el Lacio no dejan de reflejar ciertos aspectos del verdadero proceso histórico. Y lo mismo puede decirse de las tradiciones míticas relativas a los troyanos, un pueblo anatólico muy emparentado con los etruscos. Lo cierto es que la ciudad de Roma tuvo su origen en la misma época en que los etruscos fundaron sus primeras ciudades y los griegos establecieron sus primeras colonias en Italia, lo cual indica que el proceso urbanizador tuvo que ser inspirado por esos dos pueblos procedentes del mar Egeo, cuyo nivel de civilización era superior al de los antiguos latinos.


BIBLIOGRAFÍA

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-Martínez-Pinna, J. Las Leyendas de fundación de Roma: De Eneas a Rómulo. Barcelona, 2011.


Nota: El copyright del artículo “El origen mítico de los latinos y de Roma” pertenece a Carlos J. Moreu. El permiso para volver a publicar esta obra en forma impresa o en Internet ha de estar garantizado por el autor.